#ElPerúQueQueremos

Iquitos, puerto de Masusa, mayo 2015

EXTRAVIADOS

Para Barbara, que tanto nos ha apoyado

Miguel A. Cadenas/Manolo Berjón

Publicado: 2015-07-11


Carlos nació y estudió su primaria en Iquitos. Cuando todavía era un muchacho viajó al río Marañón buscando un chamán que curase la enfermedad de su mamá. Ella terminó regresando a Iquitos, pero él se quedó con su hermana en el Marañón. Han pasado casi 40 años de eso. Pocas son las ocasiones en que ha bajado a la ciudad. La semana pasada ha llegado a Iquitos para realizar algunas gestiones en favor de su comunidad. Cruzar las calles le era difícil. Subir y bajar del autobús tampoco le resultaba sencillo porque no terminan de parar y hay que hacerlo prácticamente en marcha.

Una vez en las oficinas gubernamentales no disminuye el grado de dificultad. Cuando una persona demora un poco en hacer su trámite, es visto como un estorbo. Los funcionarios perciben la lentitud como una torpeza. El “vaya usted a esa otra ventanilla”, “salga al pasillo de nuevo y gire a la izquierda, allí le atenderán”…, continúan siendo prácticas muy comunes. Para nuestro caso, “tiene que hacer una solicitud para que le entreguemos el título de propiedad de la comunidad”. Sortear el laberinto de oficinas ya es de por sí difícil, pero la escritura se convierte en una barrera infranqueable. La única alternativa es caer en manos de algún “listillo” que les saca la poca plata que tienen por un simple folio escrito a computadora. Un dato: dentro del edificio del Ministerio de Agricultura en Iquitos, la oficina de DISAFILPA (Dirección de Saneamiento Físico Legal de la Propiedad Agraria) está situada en un rincón del quinto y último piso, sin ascensor. El lado positivo: los indígenas tienen que “subir hasta el cielo”.

Visitando el Hospital Regional de Iquitos nos encontramos con otro indígena rondando por sus pasillos. Llevaba 10 soles en la mano y nos pareció tan perdido como nosotros en medio de una cacería de huanganas, en la que él es experto. Sólo acertamos a preguntar de qué río provenía: “del Chambira”. Era un urarina. Y cambió de pasillo para continuar deambulando por el hospital. No sabemos qué hacía allí, pero es fácil sospechar que estaría cuidando a algún familiar. ¿Cómo acompañarle?

“Doctor, quiero una ampolla”. Tal declaración puede sonar impertinente. Cómo es posible que los pacientes le digan al doctor lo que tiene que recetar. Sin embargo, hay un fuerte componente en ello: la ´fuerza´ es una de las características de los pueblos indígenas. No se puede comprender que, teniendo posibilidad, no se actúe contundentemente. Detrás de muchas sorpresas en los hospitales hay comportamientos indígenas (y discriminación).

Javier tiene 10 años y vive en uno de los comités vecinales de Masusa, el puerto de Iquitos, todos ellos inundados este año. Su abuela habla fluido en yagua. Su colegio ha comenzado a partir de la quincena de junio, cuando marzo es el ´ideal´. La igualdad de oportunidades es letra muerta. Podríamos continuar narrando situaciones, pero es suficiente por hoy.

Cuando una persona se pierde en la selva se le va a buscar. Si no aparece en la primera expedición, las siguientes suelen llevar un bombo para hacer ruido y permitir que el extraviado pueda escuchar y orientarse. A nuestro parecer, en lo que venimos describiendo, quienes estamos extraviados somos los funcionarios estatales y ciudadanos urbanos “blancos”. No comprendemos, y parece no importarnos, la ingente población indígena que circula por Iquitos, extraños a su vida, ajenos al sufrimiento que les infligimos. Sin oído para el bombo, no conseguimos orientarnos en esta selva de cemento que corre tras sonidos más efímeros, lacerando los oídos de sus pobladores milenarios y perpetuando barreras discriminatorias.


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